No le costó convencer a Evaristo de que el Café Literario era el nombre más apropiado para el local, y más cuando la vio pintando con tanta alegría, con tanta ilusión el rótulo anunciador. Y es que Amelia tenía muchas habilidades que Evaristo desconocía; una de ella la pintura.

El día amaneció soleado, no como los anteriores cinco donde no paró de llover, pero eso no desalentó a Amelia, al contrario le sirvió de inspiración a la hora de crear el rótulo.

Mientras, Evaristo se iba encargando de ir clavando algunos cuadros que le dieran el ambiente deseado al salón del café; de revisar estanterías y sustituir la más viejas; de cambiar los apliques, demasiado clásicos para la ambientación que querían conseguir, por otros más modernistas. También montó, con la ayuda de Jenaro, un pequeño escenario donde se recitarían poemas o se harían lecturas dramatizadas. Incluso tuvo tiempo de contemplar, entre martillazo y tornillazo, la belleza de Amelia, lo que le costó más de una uña partida con el correspondiente moratón, y algún taco bien pronunciado.

Y cuando caía la noche, con el repicar de fondo de las gordas gotas de lluvia cual concierto de cámara, hacían el amor sobre la cálida madera del suelo, sin importarles si sus cuerpos se llenaban del serrín provocado por los arreglos de Evaristo.

Aquella mañana, Evaristo cogió la escalera de mano, la apoyó en la fachada, sintiéndose seguro al subir a ella al ver como Amelia le ayudaba sujetándosela y lo miraba con ojos de enamorada.

Bastaron unos pocos martillazos certeros para dejar posicionado el rótulo en el lugar indicado por Amelia.

-Es precioso –dijo Evaristo mirando el rótulo al bajar de la escalera y mientras cogía por la cintura a Amelia.

-Sí, y es nuestro local –y le dio un dulce beso en los labios.

-Estoy un poco nervioso, ¿sabes? –confesó Evaristo.

-Ya, quedan pocos días para la inauguración. Es normal que te sientas así. Yo también siento un pequeño hormigueo en la barriga.

-Será que cada día estás más enamorada de mí.

-Eso también –y lo volvió a besar. Las campanadas de la cercana iglesia dieron las siete. Pareció como si le hubiera dado el sí quiero.

Continuaron absortos mirando el buen trabajo realizado por Amelia, sin dejarse de coger, sin separarse ni un solo centímetro.

-¡Eh! ¡Pareja! –se oyó a sus espaldas interrumpiendo el cálido momento. Era la inconfundible voz de Jenaro-. Veo que esto está a punto de ponerse en marcha – gritó de nuevo mientras se acercaba cojeando ligeramente.

-¿Qué te ha pasado en la pierna? –le dijo Amelia mientras le daba un abrazo.

-La gota. Llega una edad en que los achaques empiezan y ya no te dejan hasta la tumba –y le dio la mano a Evaristo.

-No dramatices. ¿Qué tendrá que ver la gota con la edad? Yo conozco jóvenes con ataques de gota –explicó Evaristo.

-Pero estarás conmigo en que a más edad más posibilidades.

-Sí, eso sí.

-Pues lo que yo decía.

-¿No será que trabajas demasiado? –intervino de nuevo Amelia.

-Eso también, y más desde que me dejaste.

-No me digas eso.

-Era broma mujer –dijo con una cómplice sonrisa.

-Sabes que no tenía otra opción si queríamos tirar adelante el nuevo local –se justificó por enésima vez, ya que en definitiva se sentía un poco culpable, pero era Jenaro o ella, Jenaro o el nuevo negocio que había soñada desde que casi era un niña. Era un paso que tenía que dar.

-Sí, mujer, sí. Y por eso os he venido a visitar, para apoyaros desde el inicio con el negocio.

-No tienes porqué. De verdad –dijo Evaristo.

-Nada, nada, que no me cuesta nada. Lo haré de corazón. Mira, os quería ofrecer el servicio de mi restaurante el día de la inauguración para que así todo quede en familia y tengáis una cosa menos de que preocuparos.

-¡Gracias! –y lo abrazó Amelia dando su consentimiento.

-Que menos podía ofreceros después de lo que tú has hecho por mí –y Evaristo también le mostró su agradecimiento con una palmada en el hombro-. ¿Teníais algo en mente? Algo que os hiciera especial ilusión, algo que no ha de faltar.

-No, si te soy sincera no lo habíamos pensado todavía.

-Pues mañana mismo os traigo una propuesta por escrito.

-Lo que tú decidas estará bien. Confiamos plenamente en ti, aunque si nos quieres visitar mañana, un chocolate con porras no te va a faltar –le ofreció Amelia.

-No se hable más. ¿Y hoy qué? ¿No me invitáis a una copa? Todavía tengo media horita antes de tener que volver a trabajar. No puedo dejarlos solos.

-¿Y tu gota? –le sugirió Evaristo.

-Ahora que lo dices, me encuentro mucho mejor –y se rieron los tres.

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