Desvirtualizando buenas personas: Enrique de la Cruz y Pablo Poveda

Esta Semana Santa hemos aprovechado para pasarnos por Madrid a visitar unos amigos que hacía tiempo que no veíamos por culpa de la maldita pandemia, y también para, por fin, desvirtualizarnos con un par de amigos.

Y sí, he dicho amigos aunque hasta esta semana no los hubiera visto cara a cara. Y es que la amistad se puede demostrar a distancia y eso es lo que veníamos haciendo desde hace años.

Lo bueno de desvirtualizarte es comprobar in situ si aquellas sensaciones que tenías a distancia se ajustan a la realidad o no. Y que decir. En el poco tiempo que hemos podido compartir ha servido de sobras para certificar ese echo. 

Que agradable es desvirtuar a buenas personas. Creo que ese acto refuerza aún más los lazos creados en los años de contacto digital.

ENRIQUE DE LA CRUZ

El primer encuentro lo tuvimos con Enrique de la Cruz. Los que sois asiduos de la web os sonará, pues desde principios del año 2018 colaboró con reseñas en Cruce de Caminos.

Ahora, por suerte para sus lectores, entre los que me encuentro yo, se ha independizado a su web personal donde puede estar en contacto más directo con sus lectores. 

Os aviso que está a punto de publicar su nueva novela y que seguro que valdrá mucho la pena como las anteriores que ha publicado.

Quedamos en El Retiro en previsión que hiciera buen tiempo, y hasta hora y media antes del encuentro era así. 

A medida que nos acercábamos al estanque el cielo se comenzó a encapotar. El ambiente olía a tierra mojada y no tardaron en caer las primeras gotas.

Nos resguardamos bajo el voladizo de una de las casetas esperando que llegara Enrique, que no tardó.

Alegría bajo la lluvia. No iba a ser ella la que fastidiara el encuentro. 

Decidimos salir del parque y entrar en el primer bar que nos encontráramos.

Enrique llevaba paraguas y lo primero que hizo es cedérselo a Muriel, mi hija, y a Sonia, mi pareja. Él y yo pusimos a prueba los abrigos que llevábamos con capucha y, la verdad, aguantaron bien.

Ya en el bar pudimos charlar tranquilamente. Nos pusimos al día de los proyectos futuros, como os contaba, el más inminente la nueva novela de Enrique o, espero, la segunda de Sonia.

No sé si decir que conocía a Enrique, pero creo que por como uno escribe se pueden intuir muchas cosas. Está claro que cuando se habla de ficción todo puede estar falseado por el mono de trabajo del escritor, pero me estaba refiriendo a sus reseñas, a sus artículos, a nuestras conversaciones privadas y en todas ellas notaba un Enrique directo, transparente, sin doble cara. Y así fue también en nuestro encuentro.

Lo mejor de todo es la sensación de que después de dos horitas hablando te podrías ir de vacaciones con él y su familia por la calidez y la empatía que despertó en mí.

Además, tengo excusa doble para visitarlo de nuevo en su casa en Illescas, verlo a él y su familia y de paso escaparme a El Bohío de Pepe, el de Màsterchef.

Al día siguiente, Enrique escribió su versión del encuentro titulada: El guardián de los pseudónimos y me hizo reír mucho 

PABLO POVEDA

El segundo encuentro fue, tres días después, con Pablo Poveda. Mi intención era poder quedar los tres, junto con Sonia y Muriel, pero las agendas no cuadraron.

Tengo que reconocer que me he convertido en un grupi de Pablo Poveda. Desde que me topé con El Profesor, allá por el 2015, he seguido la trayectoría del ilicitano.

Al principio, por curiosidad, y reconozco que sin leerlo hasta pasados unos años. Fueron sus artículos, sus pequeñas historias, las que definitivamente me dieron el empujón para leerlo y una vez lo hice ya no he podido parar.

Por eso tenía tantas ganas de poder conocerlo en persona. ¿Qué sería de un grupi sin ese anhelo de poder charlar cara a cara con un ídolo?

Quedamos en El Comercial. Ya me advirtió que estaría lleno, pero que tenía plan B.

Subíamos por la calle Fuencarral cuando pudo divisar a lo lejos un tipo espigado y con sus inconfundibles gafas de sol. Había visto esa imagen decenas de veces por internet y ahora la tenía frente a mí. 

Nos dimos un abrazo y no pude resistirme a decirle que creía estar delante de una fotografía y que pensé que sería un poco más bajo a lo que Pablo se rió. También le comenté que la vida de escritor tenía que ser dura, pues estaba muy delgado. Nos dijo, como ya sabía, que había pasado una semanas un tanto tocado y que su peso se había resentido, pero que le iba a poner remedio con un poco de ejercicio.

El plan B estuvo a la altura del A. Un local bonito y sobre todo tranquilo para poder charlar sin ser molestados y sin tener que levantar la voz en exceso.

Nos pusimos al día de varios temas y le pregunté para cuando su nueva novela, El secreto de la señora Avignon, que promete ser un paso más en su extensa carrera como escritor.

De nuevo, como nos pasó con Enrique, la naturalidad y creo que las ganas de aprovechar el momento inundó la conversación. Pablo estuvo muy atento con Muriel que aguantó estoicamente las dos horitas de charla, detalle que no me pasó por alto y que siempre son importantes. 

El diálogo estaba tan animado que yo incluso no quise ir al lavabo para no perder ni un minuto del tiempo que estábamos compartiendo. No quería romper la magia de la conversación pues estaba siendo interesante, amnena, por momentos divertida, como la anécdota del mejicano que no es el momento de contar. 

Me dio la sensación que hubiera podido estar horas y horas escuchando a Pablo. Ya conocía parte de la buena base cultural que atesora, pero cuando lo ves saltando de un tema a otro con total seguridad te das cuenta de dónde salen las historias, de dónde salen los trasfondos que tan importantes son a la hora de relatar.

Me gustó mucho, como también sucedió con Enrique, que Sonia conectara muy bien con los dos. Siempre puede existir el problema de que la persona que no ha interactuado tanto con ellos pudiera quedarse en fuera de juego, pero en ningún momento fue así. Eso dice mucho de las dos partes y convirtió sendas tardes en especiales.

Muriel iba pidiendo su ración de columpios, como es normal en una niña de cinco años. Los teníamos localizados justo al lado del local. Nos dirigimos hacia ellos y la despedida se fue alargando, como suele pasar cuando te encuentras a gusto en un sitio.

Le dije a Pablo que no le quería robar más tiempo. Además, había quedado con su hermano y nos despedimos con un abrazo y la promesa de próximos encuentros. 

Se puso los cascos para poder contactar con su hermano y vi alejarse a Caballero, a Maldonado, a Rojo, a Bonavista o una mezcla de todos ellos. 

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